Hay veladas musicales en las que se percibe que lo único que necesita la escena es que haya bandas con mucho ímpetu en salir a la carretera y una actitud de ganarse a pulso cada uno de sus nuevos seguidores. Krazark es un óptimo ejemplo de lo que acabo de comentar, representando sobre un escenario lo que debería ser la esencia de la música en vivo, una ofrenda cristalina de honestidad y buen rollo en el empuje. Una formación de mucha bravura, salvaguardando con mucho mérito la naturaleza genuina del stoner rock, un género demasiado fustigado en los últimos tiempos.
A veces la intención no basta para salir victorioso, se necesita un minutaje sonoro sin altibajos en alto rendimiento, corpulencia y convencimiento, sin tener que exhibirse artificialmente en búsqueda de falsos elogios. En la cervecería Kitsch los madrileños Krazark destaparon el tarro de sus esencias, evidenciando su poderío sonoro e impecable compenetración, sonando inmensamente personales con unos riffs adictivos y viciosos ritmos de atrevida sacudida, una combinación de acordes vibrantes que profundizaron en la tradición clasicista de terrenos arenosos, elementos de rock psicodélico y algunos destellos de blues rock y rock sureño. Un despliegue de sutilezas sonoras en zis zas, con pasajes instrumentales ricos en detalles, en «Free My Power», «Rocking My World», «Freak Show» y «Nothing Last Forever», dejando siempre espacio para una libertad guitarrera y una flexibilidad vocal, siendo capaces de ganarse al espectador en cualquiera de sus derivaciones, dejando una sensación tanto lisérgica como electrificante, dando una impresión de haberse metido los dedos en un enchufe antes de saltar al escenario.
Desde el comienzo quedó de manifiesto que la esencia que destila el grupo es muy sólida, una postura en actitud que no queda relegada a un plano solamente correcto sino más bien todo lo contrario, elevada inmediatez, valentía a la hora de huir de cualquier complejo y diferentes intensidades en aperturismo, con dimensiones para ciertas libertades y destellos técnicos muy valorables, atmósferas setenteras y psicodélicas de cariz orgánico en temas como «Dark City», «G.T.F.O.M.F.», «Leave it all Behind», la cuales reflejaron cristalinamente sus vivos sentimientos, impresionantes cambios de tesitura y un poco más de grosor en voces y guitarras.
El grupo correspondió gustosamente dándonos a entender que rendirse es de cobardes con la presentación de un tema nuevo y aumentando la intensidad en un tramo final muy pasional, mayor vivacidad en ritmos para transmitir toda la emoción, una palpitante sensación de ebullición, sin añadidos innecesarios a cargo de «Ride The Hell», «Far Away From Sorry» y «Fire Flake». Unas señas de identidad concisas y fortalecidas sinceramente gracias al desparpajo y los magistrales registros vocales de Esteban Muñoz (vocalista también de Grapeshot), un autentico cañón cuyo mayor atractivo radica en su sencillez y poderío a la hora de desempeñar su cometido.