El rock and roll es mucho más que un estilo musical, diferente a cualquier otro modo musical, un impulso interno en irreverencia pura, pasión desenfrenada y un sentimiento real. Una exhibición de fervor desmedido en galopantes acordes y estribillos intensos. En la actualidad son muchos los que piensan que está en declive, fundamentado en que hay pocas formaciones que sean capaces de demostrar una grandeza inusitada, de la cabeza a los pies, como si hubieran nacido con un especie de don para ser unas verdaderas estrellas y convertirse con el paso del tiempo en unas autenticas leyendas.
Un razonamiento respetable pero que carece bastante de fundamento en el sentido de que existen en la actualidad infinidad de bandas con las cualidades suficientes para elevar a la enésima potencia el término de rock, sin traicionar sus raíces y ofreciendo unos espectáculos visuales que no dejan indiferente. Un buen ejemplo de ello, en los valencianos Deaf Devils, una de las grandes promesas de la nueva escena, una explosión de furia eléctrica, pasión y descaro, escapando de lo corriente, un vendaval creativo que parece que no conoce de límites, buscando su propio camino, sabiendo aglutinar con criterio sus influencias (The Damned, MC5, Turbonegro, Misfits, The Baboon Show…) y evitando caer en el profundo agujero de la mediocridad como a tantas bandas similares les ha sucedido.
Cada recital sonoro que realizan en directo es una auténtica manifestación salvaje de actitud en salvaguardar las viejas raíces del rock y hacer vibrar al espectador con altas descargas de adrenalina y energía. Un asombroso despliegue de sentimiento rockero, acrecentado en la figura de su vocalista femenina Lucyfer, quien vive al máximo cada instante, desafiando la ley de la gravedad con sus saltos, internadas entre la multitud y movimientos impredecibles en el suelo.
Supieron coger el pulso a la actuación desde el primer instante en la mítica sala Hell Dorado (Gasteiz) en sesión vermú, auténtico templo rockero, sacando su poderosa fuerza desde muy adentro con una capacidad natural, sin artificios, basado en unos riffs muy característicos y unos ritmos de muy diversas fuentes pero dentro de un mismo contexto, un adictivo rock & roll con actitud a veces mas punk, en “Point And Shoot”, “Tonite”, “Dancing With The Devil”, “This Is Not” y “A Love Song”, dando mucho juego en emanaciones eléctricas y un alocado frenesí que también lleva la cierta marca escandinava.
La experiencia de la banda sobre las tablas es indiscutible, una auténtica vocación de convertir esa pasión por la música en un camino profesional, dejando una sensación de estarse dejando el alma en cada tema, mantenido fidelidad total a sus ideas, corpulencia en actitud genuina y plena cohesión interna en la búsqueda de su propia fórmula. Melodías cubiertas con una aureola ampulosa de psicomotricidad espasmódica y mortíferos giros rítmicos que estuvieron casi a punto de provocar unos de esos delirios colectivos efímeros pero intensos en “Getaway/Lost Control” y “Gates Of Hell”, abandonando el escenario su vocalista con el tiempo suficiente de cambiarse de vestimenta en camerinos, dejando el protagonismo absoluto al resto de la banda, en particular a su guitarrista Pipe, quien dejó muestras suficientes de sus aguerridas dotes vocales en “Deal Night/The Bridge”.
“Lucyfer” dio comienzo a una segunda parte mucho más frenética, exponiendo en su conjunto un torrente sonoro en instintos más primarios, yendo directamente a la raíz del rock más tradicional en atrevidas versiones como “One Chord Wonderers” (The Adverts) y “So Messed Up” (The Damned) y concluyendo la descarga con todos los instrumentos (batería incluida) entre el público para dar una jam session salvaje y de alto poder embriagador con “Too Much For Me», “Broken Dolls” y “Boom”, sin posibilidad de defraudar a los que necesita una descarga de rock & roll total. ¡Un concierto de rock con adrenalina, actitud, sudor, potencia, entrega y excelente nivel musical!